Don Genaro eligió el lugar. Maquinalmente me senté - como siempre en su compañía - formando un triángulo, don Juan a mi derecha y don Genaro a mi izquierda.
- Quiero decir, ¿cuándo y cómo llegaste a Ixtlán? »
Ambos se rieron a la vez.
... y me iré. Pero los pájaros se quedarán, cantarán, y mi jardín se quedará, con su árbol verde, con su pozo de agua. Muchas tardes los cielos estarán tranquilos y azules, y en el campanario las campanas sonarán, como sonaron esta tarde.
Miré uno por uno. Sus ojos eran claros, pacíficos. Habían suscitado una terrible ola de nostalgia y, en el momento en que parecían abrumados por su pasión, contenían el flujo. Por un momento creí ver. Vi la soledad del hombre como una ola gigantesca que se habría congelado delante de mí, sujetada por el muro invisible de una metáfora.
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