El brujo negro
El hombre ordinario funciona únicamente con la razón. Ha aprendido, desde su nacimiento, una descripción del mundo que considera definitivo. Sus "ideas" las ideas de los demás. La vida del hombre ordinario no es más que un cúmulo de hábitos e ideas imbricadas de las que no es autor. Este hombre vive y lucha por las ideas de los demás y morirá con la íntima convicción de haberlo agotado todo. El hombre común no asume ni por un momento que tiene la posibilidad total de cambiar su vida y de "combatir sus propias batallas". La "razón", la idea colectiva, son sus únicas referencias. El cambio del que se le acuna no es un cambio en absoluto : es la modificación, inevitable y permanente, de una representación ilusoria de la que es sujeto, "hoja a merced de los vientos". Todos los cambios que le gustan son solo cambios dentro de esta representación racional, y nada más.
El hombre ordinario no puede hacer otra cosa, como hombre ordinario, que querer hacer a los hombres semejantes a él : no necesariamente a su idiosincrasia, sino a ese "hombre social" del que se le ha persuadido que es el único existente ; que su conocimiento es el único válido, excluyendo así cualquier otro modo de percepción.
No hace más que transmitir lo que se le ha transmitido ; nadie es "responsable" de esta situación : la ilusión racional despliega sus propias posibilidades, y el hombre encadenado desde su nacimiento se convierte a su vez en guardián de otro.
También este hombre anodino, el hombre ordinario - todo el mundo - es retratado por Don Juan como un temible demonio : es el guardia abusivo y vigilante que, inconscientemente, impide toda evasión, toda elección, hacia el poder y la libertad.
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